Aviso: este enlace dirige a escenas bastante desagradables de las que he incluido una muestra al final de esta entrada
Cómo se le queda a una el corazón cuando ve estas cosas. La gente paga por ir al cine y ver películas de terror, pero qué mayor terror que ver los efectos que estamos teniendo en nuestro planeta y la pasividad con la que seguimos adelante. Os sitúo en la escena. Estamos en los alrededores de Churchill, un pueblo en la bahía de Hudson, allá al norte, en pleno centro de Canadá, en la provincia de Manitoba. Los consejos de un compañero de laboratorio y unas 36 horas de tren me llevaron hasta allí hace unos años en el que se puede considerar como "mi primer gran viaje a mi bola". Aquí el ser humano no es más que un mero invitado. Vive recluido en unas docenas de casas construidas cerca del puerto, rodeado de tundra y frío. Este es terreno de osos polares. Entre otras maravillas también se pueden observar en la zona las cautivadoras auroras boreales, luces que iluminan la noche bailando a un son inaudible pero hipnotizador. Estamos situados más al norte del límite norte del bosque boreal. Aquí no se puede llegar por carretera y el tren lleva sensores que analizan el grado de congelación del permafrost bajo los raíles para adaptar su velocidad a las condiciones reinantes.
Este lugar se encuentra en el punto donde los osos polares regresan a la bahía helada aprovechando que el agua en la desembocadura del río se congela antes que en mar abierto. Los osos suben con el borde del hielo cazando focas. Más tarde, bajan más al Este donde el hielo dura más, para volver hasta aquí si sobreviven a otro verano de hambruna.
La ecuación ha venido funcionando bien durante muchos años. Colocar el pueblo de Churchill en medio de la ruta de migración fue una idea feliz de algún infeliz que solo pensó en los intereses comerciales de utilizar la ruta más corta para navegar hasta Europa, pero los habitantes se han acostumbrado a oír las sirenas de alarma cuando un oso entra en la zona poblada y no ha habido grandes problemas. La ecuación se está rompiendo, la estamos rompiendo, a base de calentar el planeta. El hielo cada vez se deshace antes y más deprisa, empujando a los osos a bajar más rápido y con menos reservas de grasa. También llega la nueva helada más tarde, forzando a esos majestuosos mamíferos a buscar comida donde no la hay. Las fotos que me han dejado el cuerpo deshecho esta mañana muestran hasta qué punto de desesperación estamos empujando a estos animales.
Estos días en Copenhague se reúnen para no hacer nada los dirigentes más poderosos del mundo. Ya se sabe que no habrá tratado vinculante y, aunque tuvieran la desfachatez de firmarlo, después del caso omiso que hicieron de los objetivos de Kioto nadie se iba a creer que lo fueran a cumplir. Es todo una pantomima, pero puede servir de excusa para hace a pensar a quienes sí tienen en sus manos el cambiar las cosas. Nosotros en nuestro día a día, en cada elección que hacemos en el supermercado, en la ropa que llevamos, en la forma en que nos movemos, hacemos que el mundo vaya hacia el calentamiento o hacia el desarrollo sostenible. Nosotros decidimos si Copenhagen se convierte en Hopenhagen.
Este mundo no es nuestro y si no lo tratamos bien, nos echará a patadas, del mismo modo que ha echado a otros antes. Sería una buena muestra de inteligencia además de todo un detalle de cortesía con nuestros convecinos, dejar de cavar nuestra propia tumba.
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