Conversaciones con ROCA

Una mano en el estómago da un calor que de algún modo transmite tranquilidad. No es la mano que busco, pero con el tiempo ésta ha adquirido la experiencia que permite hacer bien el trabajo cuando ya no queda vocación.

Una mano en la frente, codo clavado en la taza, libera a ese globo hoy macizo, de su propio peso, permitiendo aún los espasmos que suben del infierno ácido que se ha gestado en mi estómago.

Pero no viene todavía, y sólo queda esperar de rodillas, agazapada sobre mi silencioso amigo blanco, hasta que las primeras aguas acuden a los incisivos. Entonces sé que ya está aquí y me yergo en mi nueva estatura para afrontar lo que viene.

Mi estómago empieza a palpitar; la mano que daba calor tiene ahora que ayudar a estabilizar las contracciones -no es plan de fallar el tiro desde una distancia tan corta después de tantos años de baloncesto-.

Por un rato sigo allí, contándole a mi amigo lo que comí ya hace horas. Él, inmutable, escucha y espera la orden para alejar de mí al fantasma. Ya sólo queda esperar un poco. El frescor de la pasta de dientes ayuda a borrar las huellas de lo sucedido.

Si cierro los ojos puedo sentir todo el tracto nervioso tras mi ojo izquierdo; a veces también en el derecho y algo más atrás, como si quisiera bajar e inmovilizarme el cuello.
El cerebro no puede doler porque no hay receptores, pero que me cuelguen si la sensación no es tal cual como si cientos de neuronas estuvieran gritando de dolor ahí dentro.
Todas a la vez; y no se callan; y te vas a dormir y no las oyes pero en el momento en que abres los ojos comienzan a gritar otra vez, todas a una pero sin ningún orden. Dolor, dolor, dolor, y sólo quieres silencio, oscuridad y el calor de… unas sábanas que no se muevan de tu lado.

Camino a la cama agarro un par de ibuprofenos, una botella de agua y una bolsa de plástico. Todos dormirán hoy junto a mi cama. Cuando despierte dentro de unas horas y sienta que el balón de rugby se calmó, alargaré la mano para alcanzar esos 600 mg de anestesia y echaré un trago de agua, más por hidratación que por ayudar a tragar, y me daré la vuelta.

Con suerte, cuando despierte de nuevo sólo quedará un clavo en mi ojo izquierdo y podré desayunar algo acompañando a los otros 600 mg. No es bueno tanto tomate a estómago descubierto. Ya; pues como no se inventen otra forma de tomarlo, yo bastante tengo con no echar la pastilla como para tentar a la suerte con algo más.

Otro día que se fue sin poder ser persona. Otro día que pasaré sintiendo la debilidad de quien sabe que no tiene el poder de decidir. Un día menos en la cuenta atrás hasta la próxima. Siempre vuelve; no falla; puedes contar con que vendrá, tarde o temprano, otra migraña.

1 comentario:

  1. la edad ayuda...Cuando te haces "mayor"llegas a olvidarte de ellas....Procura relajarte y comer "sano",más verduricas y frutas.
    ¡Vaya bromas nos gasta la genética!
    Un besico de mami

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