En 1872 el presidente de los Estados Unidos Ulysses S. Grant firmó el Yellowstone National Park Act, en el que se declaraba el primer parque nacional de la historia. Con dicho acto los terrenos que rodeaban el curso alto del río Yellowstone, algo más de dos millones de acres (> 8000 millones de m2) se reservaron para ser
a public park or pleasuring-ground for the benefit and enjoyment of the people(un parque público o zona de deleite para el beneficio y disfrute de la gente)
y lo que a mí me gusta más
and their retention in their natural condition(y su conservación en su estado natural)
La idea proteccionista nació un poco antes, en realidad, en este Estado que me hospeda. Las tierras del valle de Yosemite fueron cedidas al Estado de California para su protección y mantenimiento para futuras generaciones en 1964, cuando el país estaba en plena guerra civil.
La mejor idea de América, según proclama una serie de la PBS en la que la historia y la grandeza de estos parques se repasa con detalle, se desarrolló en los años siguientes con la ayuda de importantes figuras como John Muir, en honor al cual se nombró la sección de Biología de la Universidad de California San Diego.
Al Parque Nacional de Yellowstone llegan cada año unos tres millones de turistas a través de alguna de las cinco entradas. El pasado mes de agosto, esta ciudadana del mundo que les escribe tuvo la suerte de, acompañada de un buen amigo, entrar por la puerta sur. Allí, al sur, otro parque nacional es la antesala perfecta al lugar donde la creación de la Tierra aún no ha finalizado. El Grand Teton National Park merece una visita más larga de lo que nos pudimos permitir, pero yo diría que, para lo poco que dan de sí cinco días en semejante lugar y la poca idea que teníamos de qué hacer, nos salió redondo.
Volamos a Salt Lake City, adonde llegamos a eso de las 4 de la tarde. Tomamos un coche de alquiler y nos dirigimos al norte, donde pronto encontramos las montañas que nos acompañarían esa tarde y al día siguiente, un panorama perfecto para romper la monotonía del paisaje de sol y playa del sur de California. El Allred Flat campground se nos escondió, así que hicimos veinte millas de más para arriba, y otra vez de vuelta para abajo, pero mereció la pena. Dormimos en un lugar tranquilo y a la mañana siguiente, cuando paseaba por los alrededores para despejar la cabeza (porque la migraña va conmigo a todas partes), se me cruzó un cervatillo por el camino, y al rato pasaron otros dos saltando que era un primor. Fue un buen preludio de lo que nos esperaba.
Tras un desayuno al aire libre bajo el sol de una buena mañana retomamos la carretera rumbo al norte. Aún nos hicimos unas cuantas millas, pero ya nos acompañaba el espíritu del que está de viaje y se nos pasó el tiempo sin darnos cuenta. Junto a una entrada del Grand Teton National Park que viene a llamarse Estación Reno, probablemente porque, como pudimos comprobar más tarde, a los renos les gusta pasearse por la zona, nos encontramos con el lugar ideal para zamparnos una buena hamburguesa hecha al fuego al más puro estilo americano. Aquellas mesas de picnic se reservan unas vistas magníficas y el aire fresco entra en los pulmones prometiendo no abandonarlos hasta que no dejemos esa tierra.
A pesar de las ganas de siesta reanudamos pronto la marcha. Con un pequeño rodeo nos regalamos unas vistas de película sobre el Río Serpiente con las preciosas cumbres del parque de fondo (de ahí es la foto). Regresamos a la entrada del parque y, siempre hacia el norte, nos dirigimos hacia el Lago Jenny. Allí, un sendero marcado nos prometía llegar a las Cascadas Escondidas. Las encontramos, y era cierto que estaban escondidas, pero lo mejor del camino fue encontrar, también escondido entre la arboleda y el sotobosque, un distraído oso negro que se dejó seguir, fotografiar y filmar por un buen rato antes de desaparecer bajo el ramaje. No podía despegar los ojos de aquel bicho ¡Era precioso! Y lo tenía justo enfrente, pasando de mí olímpicamente, olisqueando, mordiendo, haciendo equilibrios sobre un tronco, resbalando… Lo seguí hasta que se perdió de vista, para aburrimiento de mi compañero de viaje que buscó asiento sobre una roca hasta que se me pasara el atontamiento y decidiéramos seguir. Continuamos hasta las cascadas y seguimos más allá, hasta el Punto de la Inspiración. Bonitas las vistas sobre el lago y recomendable el paseo, a pesar de que el trazado del camino se hace un poco más difuso y no está muy claro cuál es el punto que debe inspirarte. Para acabar de adornar el pastel, en la bajada nos cruzamos con otro cervatillo de ojos curiosos y ya al final, desde lo alto de una ladera, pudimos ver dos renos, aunque con lo lejos que estaban podrían haber sido cualquier cosa.
El resto del parque lo vimos desde el coche, siempre siguiendo el norte. Disfrutamos las vistas de las montañas al atardecer, vimos sus contornos dibujarse al caer el sol, y nos adentramos en la noche mientras abandonábamos el parque en busca de su vecino. No llegamos aquella noche, nos quedamos a las puertas en una pequeña zona de acampada junto al río, camino al Lago Grassy (lleno de hierba). Tuvimos mucha suerte de encontrar espacio a la primera. Bueno, en realidad estaba lleno, pero encontramos a un chico ruso muy majete que ocupaba uno de los sitios de acampada con su hermana y que, muy amablemente, nos dijo que compartiéramos con ellos el lugar puesto que todo lo demás estaba lleno. Le hicimos caso y montamos la tienda en el que sería nuestro campamento base los siguientes tres días. Las estrellas se veían niqueladas en aquel cielo despejado. La Vía Láctea me recordó caminos pasados en los que fui paralela al Ecuador en lugar de al Meridiano de Greenwich, y así, tras darles las buenas noches y las gracias a nuestros nuevos compañeros de cuarto, me eché a dormir sabiendo que a la mañana siguiente cruzaría las puertas de aquel lugar del que tanto había oído hablar y que tenía tantas ganas de dibujar en mi retina.
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