Hoy he leído que los obispos exigen modificar la ley sobre el matrimonio homosexual por “injusta” y se me han revuelto las tripas al leer las barbaridades que la Conferencia Episcopal Española se ha atrevido a escribir en un comunicado.
Es injusto que un obispo diga que los niños y niñas tienen derecho a ser educados como esposos y esposas del futuro - como si los gays no pudieran ser esposos y las lesbianas esposas, a pesar de que los jueces hayan considerado el término cónyuge más apropiado y neutro para la ocasión, y como si ser esposo o esposa de tuviera que ser una meta sin la que la vida de nuestros jóvenes careciera de sentido –es injusto que un obispo diga que los niños y niñas tienen derecho a ser educados como esposos y esposas del futuro, decía, y no se le caigan los dientes conforme lo está diciendo pero, como aprendí de John Stuart Mill, las opiniones diversas, por muy chirriantes que sean, ayudan al intelecto y solo por eso ya merecen el derecho a ser escuchadas. Ya hemos escuchado a los señores obispos decir lo que querían decir sobre la recientemente declarada constitucionalidad del matrimonio homosexual. A algunas nos han dado arcadas al leerlo y, aún así, respetamos su derecho a decir lo que sus neurotransmisores les ordenen. Como Stuart Mill aventuraba, oír opiniones de semejante calibre no hace sino más fuerte la convicción de que, siete años después de aprobada, la ley del matrimonio entre personas del mismo sexo es una de las poquitas cosas que le quedan a una para sentirse orgullosa cuando habla de España. Fuimos el cuarto país en aprobar dicha unión, el tercero si se cuenta la fecha de entrada en vigor de la ley en lugar de su aprobación. Somos un ejemplo a nivel internacional de cómo se pueden respetar los derechos de unos sin menoscabar los de otros. Somos líderes mundiales en igualdad (al menos en este aspecto).
Señores obispos de la Conferencia Episcopal Española: dejen de insultar y tengamos la fiesta, y el matrimonio, en paz, todas y todos.
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