¡Premio!

Le han dado a Ana María Matute el Premio Cervantes 2010 y por casualidad me pilla la noticiaamm con La arena errante de José Emilio Pacheco, que fue galardonado en 2009, entre la pila de libros que duermen a mi lado en la cama.  Matute se convierte así en la tercera mujer que recibe el valorado premio, posición que ya ocupó al ser la tercera mujer en tomar asiento en la Real Academia (en el sillón K).
La primera novela que publicó, Los Abel, cedió en la final del premio Nadal ante La sombra del ciprés es alargada de Miguel Delibes. No se puede decir que fuera un mal comienzo.
Desde el primer cuento que escribí, siempre he querido comunicar la misma sensación de desánimo, de cosas perdidas. No es que sea pesimista. Soy muy pesimista.
Lo cierto es que su imagen siempre me ha transmitido una tierna sensación de tristeza, quizá porque veo a esa “niña de la guerra”, como tantas veces la han descrito, o tal vez porque percibí en su obra favorita, Olvidado rey Gudú, esa sensación de desánimo y pérdida que quería transmitir.
Para mí, la vida es mágica
Por otro lado, siempre que veo una foto suya me acuerdo de Peter Pan, aunque es un Peter más melancólico que el de ese otro mago cuentacuentos que acabó congelado después de ser millonario. Aquél Cuentos de infancia que sacaron tan genialmente editado en el que reunían los cuentos que escribió siendo una niña era pura fantasía, no solo por pertenecer al género de la ficción, sino porque transportaba a un mundo mágico.  Hace ya tiempo que no leo nada suyo y que no busco sus obras por aquello de que las neuronas guardan los recuerdos en montoncitos y cuando remueves uno, las memorias que están en la misma pila también se menean, y hay cosas que están mejor quietas pero, cuando aparece por iniciativa propia como en esta ocasión, sigue transmitiéndome una tranquila sensación de magia y melancolía, y me transporta a un mundo en el que los niños corretean felices y vuelan cometas, dibujados con acuarela en páginas de papel sin blanquear.

De esto me enteré directamente en El País, pero llegué allí porque Maruja Torres apuntó hacia este artículo de Almudena Grandes cuya lectura recomiendo desde aquí.

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