Mi cole me lo han “vendío”

El Colegio Sagrado Corazón de Jesús, Las Carmelitas, dejará de ser tal a finales de este curso. Uno de los estandartes de la educación concertada y privada de Castellón cambiará de manos debido a la falta de vocaciones en la congregación que lo venía dirigiendo desde hace más de cien años.
El periódico dice que se trasladó al lugar en el que yo siempre lo conocí allá por los 50. Antes, nada más y nada menos que desde 1884, se encontraba en pleno centro, en la esquina de la Calle Colón con Enmedio. No consigo imaginarlo allí, la verdad. Mis recuerdos no cuadran con un bloque de pisos encajonado en el centro de la ciudad. Cuando yo lo conocí ya ocupaba una manzana entera con su muro de ladrillo rojo y su estilo convento (hasta que con las desafortunadas, quizá necesarias, reformas pasó al estilo cárcel). La mítica y ya desaparecida puerta verde; el patio de los pequeños; la espaciosa portería; las amplias escaleras centrales; los grandes ventanales en las clases; la fuente del final del paseo; las hojas caídas en otoño… Todo aquello no cabía en un edificio en el centro, por eso me alegro de que lo trasladaran a la Avenida Casalduch, donde se encuentra ahora.
Allí entré muy a principios de los 80, supongo que de la mano de mi madre, cuando no solo no tenía conocimiento sino que no sabía para qué servía ni imaginaba que algún día me tocaría tenerlo a mí. Allí seguí y pasé los 80 y casi los 90, mi infancia y mi adolescencia, acumulando conocimiento, conocimientos y experiencias que determinarían el modo en que viviría todo lo que vendría después. Alguien habrá que me conoció después de aquella época que enarcaría las cejas al leer esto y diría “¡que tú fuiste a un colegio de monjas!” y también habrá quien se golpearía la frente con la palma de la mano diciendo “Cómo no lo pensé antes. Ahora entiendo muchas cosas”.
Pues sí, ésta que les habla se crió en un colegio de monjas (aunque monjas había cuatro) de Castellón de la Plana. En esa pequeña ciudad que por aquél entonces quería elevarse muy por encima del nivel económico medio de la nación, allí estaba yo, en uno de los coles pijos, sacando mejores notas conforme subía de curso, con el punto de mira fijo en ir a la universidad y convertirme en “alguien”, que por aquél entonces creo que se definía como “persona madura y estable que cumple una función en la sociedad”. De lo lejos que estoy, catorce años después, de esa meta, mejor no hablo…IMG_1498
¿Memorias? Pues como viene siendo habitual en mí, las malas las guardo todas. Recuerdo cada error cometido, cada metedura de pata o salida de tiesto que llevó a una regañina en clase o en casa. Bueno, vale, seguro que no los recuerdo todos, pero recuerdo muchos, y muchos de ellos le parecerían chorradas a cualquiera, pero para aquella cría obsesionada con hacer lo que había que hacer, con ser una buena estudiante, una buena niña ya que no podía ser la cría simpática a la que todo el mundo le ríe las gracias y se lo perdona todo, a aquella estupidilla empollona, digo, cada fracaso se le clavaba como las espinas del pescado al morder un bocado que no limpió bien. Quizá sea por eso que sigo siendo incapaz de comer un pescado que tenga espinas…
Aunque mi lado pesimista siempre salga primero y haya empezado hablando de las malas memorias, el recuerdo que guardo es bueno. Como no pasé por ningún colegio o instituto público, no puedo comparar, pero sí puedo decir que salí de allí con una buena base, de conocimientos y de principios, que me permitió lucirme en la carrera y enfrentarme a mi vida de adulto joven. No sé qué habría sido de mí de haber ido a otra institución. No sé quién sería yo ahora sin esa cohorte de maestros y profesores tan preocupados, para lo bueno y para lo malo, por lo que hacían sus estudiantes. Hacen siempre una extraña pareja el mentor protector y el gran hermano vigilante, dos caras de la misma moneda; o dos cruces, según se quiera ver el vaso. Las malas lenguas dicen que de allí (como de la Consolación) o sales rebotada o sales monja. Nunca he sabido a cuál de los dos extremos se aproxima más mi perfil. El caso es que soy lo que soy, soy quien soy, gracias a las experiencias que viví y, hasta este momento, aquél centro representa la mayor porción de mi vida. Es, con diferencia, el edificio al que más años he estado acudiendo diariamente y, tal y como va mi vida, lo seguirá siendo por mucho tiempo, si no por siempre.
Melancólica por definición como soy no puedo dejar de sentir un poco de pena, aunque probablemente el cambio en la dirección sea imperceptible comparado con la reforma física que le hicieron estando yo allí o con el natural relevo generacional en el profesorado. Escribo estas palabras desde el sur de California. Antes de venirme a trabajar a San Diego estuve trabajando en Inglaterra e incluso viví unos meses en Italia, donde escribí gran parte de mi tesis. Sé que compañeras de aquellos días han estado o están trabajando en París, Alemania, y otros sitios desperdigados por el globo. Cuando estudiaba entre aquellas paredes no era capaz ni de soñar con los lugares que he visitado o las oportunidades (y responsabilidades) que he tenido.
Quizá solo sea el momento que nos ha tocado vivir, el papel de nuestra generación en la era de la globalización. Como dije antes, imposible adivinar qué sería de nosotros de haber tenido otro pasado. He subido (y bajado) muchas escaleras diferentes desde entonces, pero siempre recuerdo con cariño los amplios peldaños y el pasamanos de madera de la escalera principal del colegio. Mi cole.
Como podréis imaginar por las fechas dadas en la entrada, la era digital no llegó (al menos a mí) hasta mucho después de salir del colegio. La foto la hice en el Camino de Santiago en 2008, bastante lejos de Castellón y sin Carmelitas a la vista, pero me ha parecido que acompañaba bien.

1 comentario:

  1. Marta, los pijos también forman parte de la viña del Señor,¿no crees?
    Si supiera hacer maravillas con este "chisme" te enviaría una foto del cole, pero no es el caso.
    !Un besazo carmelita¡

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