Hace ya unos cuantos años, cuando se acabó la secuenciación del genoma humano, la mayor parte del mundo que entendía aquellos artículos en Nature y Science, se quedó patidifusa: ¡El Homo sapiens tenía apenas unos pocos genes más que la mosca del vinagre Drosophila melanogaster! De hecho, más humillante aún, tenemos poco más o menos el mismo número de genes que Caenorhabditis elegans, un gusano de un milímetro de longitud. Para dar números concretos y que el personal no se me pierda, el genoma humano contiene unos 21.000 genes, el de la mosca 13.500 y el del gusano 19.000.
No es tan grave la cosa. Pronto se descubrió que el secreto, más que en el ADN, estaba en el ARN, es decir, que la complejidad de un organismo no subyace en cuántos genes tiene, sino en cuántos mensajes distintos es capaz de sacar de ellos. Por supuesto, hay más factores en la ecuación, pero en este caso creo que la simplificación está justificada y la información que aporta es suficiente.
Pues agárrense que viene curva porque en un trabajo dirigido por el doctor John Colbourne de la Universidad de Indiana se publica, en la revista Science nada menos, el genoma de un minúsculo crustáceo, Daphnia pulex, que tiene 31.000 genes ¿Sabéis quién es ese bichito tan canijo que tiene 1,47 veces más genes que nosotros, cumbre de la evolución? Pues nada más y nada menos que la pulga de agua. Este baño de humildad es para rascarse, aunque sea otra pulga.
vía Madri+d
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