En uno de los no sé cuántos libros que tengo empezados, Why Evolution Is True (Por qué la evolución es verdad), Jerry A. Coyne, profesor del Departamento de Ecología y Evolución de la Universidad de Chicago, hace una recopilación de evidencias en favor de la teoría evolutiva ¿Por qué me leo yo algo así, se preguntará alguno, si lo de la evolución es blanco y en botella? Cuando llegué a estas tierras me sorprendió enterarme de que el 40% de la población de Estados Unidos aún tiene problemas para admitir que somos primos de los monos y que el porcentaje de la población que tiene claro que la evolución es tan verdad como la gravedad es del 20% o poco más, así que llevo tiempo queriendo refrescar y actualizar mis conocimientos sobre el asunto. El doctor Coyne hace un buen trabajo recopilando información de los distintos campos y haciéndola accesible a iletrados como yo. La arrogancia con que se expresa en ocasiones, en cambio, no me gusta un pelo, pero bueno, es lectura recomendable.
El autor inicia el capítulo cinco, “El motor de la evolución” con un ejemplo que me ha dejado de piedra. Se trata de ilustrar la carrera armamentística que se produce entre depredador y presa y las fascinantes adaptaciones que se producen en ambos a lo largo del tiempo ¡La convivencia no es fácil! Os doy primero un ejemplo simplificado que puede ser más sencillo de visualizar. Si tenemos unos cuantos leones y unas cuantas gacelas, el león que sea más rápido (y hablo de capacidad natural para correr más, no del león que pase más horas en el gimnasio) será capaz de cazar más gacelas y tendrá la oportunidad de dejar en la Tierra más leoncitos que porten sus genes. Así, la población de leones será cada vez más rápida. Por el otro lado, las gacelas que caen antes en las zarpas de los leones son las más lentas. De este modo, aquellas gacelas que sean más rápidas tendrán más posibilidades de escapar y dejar gacelitas con lo que la misma fuerza que empuja a los leones a ser cada vez más rápidos, lleva a las gacelas a ser cada vez más rápidas. Ojo que es solo un ejemplo inventado. Las estrategias de caza, la mejora de la visión nocturna, el olfato y oído de las presas, y otros muchísimos factores han podido llevar a la forma actual de leones y gacelas. El caso que utiliza el doctor Coyne es mucho más sofisticado que el correr más o menos del león y la gacela.
El avispón gigante asiático, común en la isla de Japón, es un bicho de los que una no quiere encontrase jamás. Del tamaño de un dedo pulgar, capaz de volar a 40 Km por hora y recorrer más de 90 Km al día, la criaturita tiene un hambre voraz desde que es una simple larvita, y los avispones adultos tienen que masacrar enjambres enteros de abejas y avispas para saciarlas. Dos videos en youtube (¡bendita sea la cultura gratis!) ilustran el asunto a la perfección. En uno se pueden observar las maniobras de los avispones, dignas del ejército más profesional de la Tierra, atacando un panal de abejas europeas introducidas recientemente en la isla para la producción de miel. El avispón explorador que encuentra el panal lo marca con un buen chorro de feromonas y pronto todo un escuadrón de aterradoras máquinas de matar aparece en escena. Las abejas europeas, ignorantes de la que se les viene encima por no haber convivido con semejante bestia anteriormente, salen a atacar a los invasores. El resultado lo podéis ver en el video: 30000 abejas muertas, decapitadas para ser más precisos. En unos días no queda allí ni un alma errante. Menuda matanza…
Cuando los habitantes de la casa son abejas japonesas, la cosa es diferente. El avispón explorador se arrima a la entrada, pero las abejas no salen a atacarle. Las abejas japonesas se las han visto con estos bichos desde los principios de los tiempos de ambos. Saben que éste solo es el primero de una tropa, y optan por atraerlo hacia el interior. El avispón cae en la trampa y dentro, la parrilla está lista para asar al intruso. La señal: la muerte de la primera abeja a manos del avispón y, en un visto y no visto, una multitud de abejas lo rodea frotando sus abdómenes hasta incrementar la temperatura de tal modo que el avispón no aguanta más y muere sofocado. Las abejas, que soportan dos grados más de temperatura que el avispón (46ºC nada menos), se dirigen a la entrada a limpiar toda huella de feromona que pueda atraer nuevos asesinos alados. Impecable. Cruel y despiadado, pero impecable.
Como dice el doctor Coyne, estas abejas son, junto con la Inquisición española, los únicos animales que eliminan a sus enemigos asándolos.
No sé vosotros, pero yo nunca volveré a mirar a las abejas del mismo modo.